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Hay que cambiar el concepto en el que se basan los fabricantes de zapatillas deportivas, y no me refiero solamente al debate entre correr descalzo/minimalista o con calzado deportivo tradicional, es mucho más profundo que eso. Ni siquiera hablo de que todas las marcas deportivas son “malvadas” y simplemente persiguen beneficios económicos, porque, entre otras cosas, si ese es su objetivo -obvio que lo es-, desde luego han hecho muy, pero que muy bien su trabajo. La base teórica sobre la que se fabrican zapatillas deportivas es el auténtico problema.
Dicha teoría está construida sobre dos premisas principales: las fuerzas de impacto y la pronación (o mejor dicho, la sobre-pronación), y sus objetivos son simples: limitar las fuerzas de impacto y evitar la pronación. Estos conceptos han derivado en un sistema de clasificación basado en la amortiguación, la estabilidad y el control de movimiento, resultando no tener ninguna base sobre la que mantenerse… Entonces, ¿hemos enfocado mal las cosas durante los últimos cuarenta años?.
Voy a empezar con la estadística habitual de que alrededor de 33-65% de corredores se lesionan cada año (Bruggerman, 2007), dato alucinante y escalofriante si nos paramos a pensar un momento… Como estamos hablando de un enorme número de lesiones, echemos un vistazo a lo que, supuestamente, el calzado deportivo moderno debe conseguir.
Como dije anteriormente, las zapatillas deportivas se basan en la premisa de que las lesiones son causadas por las fuerzas de impacto y la pronación, llegando en el caso de esta última a convertirse en una auténtica “pesadilla” para los corredores. Debido a esto, las estanterías de las tiendas de calzado deportivo están inundadas de modelos con control de movimiento que intentan corregir esa supuesta falta de alineación entre la pierna baja (pie, tobillo, tibia y peroné) con la rodilla. Pero, ¿realmente necesitamos esa “correcta alineación”?…
Resumiendo: todo el mal de la pronación se basa en que (1) causa lesiones y en que (2) las “correctas” zapatillas deportivas pueden corregir esa pronación.
En cuanto a la primera premisa (1), podemos encontrar varios estudios que muestran que no existe una relación entre la pronación y la aparición de lesiones. En un estudio epidemiológico por Wen et al. (1997), se concluyó que la alineación de la pierna baja no es un factor de riesgo importante para los corredores de maratón. En otro estudio realizado por Wen et al. (1998), se llegó a la conclusión de que “las pequeñas variaciones en la alineación de las extremidades inferiores no aparecen de manera concluyente como uno de los principales factores de riesgo para las lesiones en los corredores”. Otros estudios han llegado a conclusiones similares, como por ejemplo el realizado por Nigg et al. (2000) en donde se demostró que el movimiento del pie y del tobillo no sirve para predecir las lesiones en un grupo de corredores. Si el movimiento del pie o la pronación no predice lesiones o no es un factor de riesgo para la aparición de éstas, entonces uno tiene que preguntarse si el concepto sobre el que se trabaja a la hora de crear y/o usar zapatillas deportivas es sólido.
En cuanto a la segunda premisa (2), la de que las zapatillas deportivas corrigen la pronación, generalmente viene dada por la inclusión de determinados mecanismos (cuñas o semi-suelas) en los modelos correctivos. Con respecto a esto, en un estudio realizado por Stacoff (2001), se probaron varios dispositivos integrados en las zapatillas de control de movimiento y descubrieron que no alteraban la pronación y no cambiaban la cinemática de la tibia o del hueso calcáneo. Del mismo modo, en otro estudio de Butler (2007) encontraron que las zapatillas de control de movimiento no mostraron diferencias en los “picos de pronación” en comparación con los modelos amortiguados (sin mecanismos de control de pisada). Por último, Dixon (2007) encontró resultados similares a estos, en los que se demuestran que las zapatillas de control de movimiento no redujeron la pronación y no cambiaron la concentración de la presión corporal.
Concluyendo: Si la sobre-pronación no causa lesiones en la medida en que todo el mundo piensa que lo hace, y si las zapatillas de control de movimiento ni siquiera alteran realmente el grado de pronación del individuo, ¿cuál es el sentido de este tipo de calzado?…
El concepto de las fuerzas de impacto es la otra gran falacia de la teoría sobre la que se sostiene la fabricación de calzado deportivo moderno. La idea es la siguiente: cuanto mayor sea la fuerza de impacto en la parte inferior de la pierna, mayor será el grado de estrés de la parte implicada, y por consiguiente, mayor será el índice de lesiones. Para combatir esta parte de la teoría, vamos a echar un vistazo a algunos datos.
La primera pregunta es, ¿el calzado amortiguado realiza su función?
En el estudio realizado por Wegener (2008) se probaron dos modelos de zapatillas, la Asics Gel-Nimbus y la Brooks Glicerine, para ver si se reducía la presión plantar, y efectivamente, encontraron que las zapatillas realizaban muy bien su función, pero… lo cierto es que se redujo en sitios distintos según variaba la presión y el tipo de pisada del sujeto (antepié y retropié). Esto llevó a la conclusión de que sería interesante que hubiese un cambio en la prescripción de zapatillas, basada en la individualidad, es decir, en las zonas de presión realizadas por cada individuo y no de una manera general como hasta ahora. Cabe señalar que esta reducción de la presión se basa en una comparación a otra zapatilla, a una fabricada para jugar al tenis. No estoy seguro de que esa sea una buena comparación, ya que básicamente, el estudio nos viene a decir que las zapatillas acolchadas disminuyen la presión en comparación con las zapatillas para practicar otro deporte (en este caso, el tenis).
En otra revisión sobre el tema –Nigg (2000)– se encontró que los picos de impacto de las fuerzas externas e internas no recibieron influencia alguna por la amortiguación de la zapatilla en las mediciones de los mismos. Esto significa que el tipo de amortiguación usada en la zapatilla no influye significativamente en las fuerzas de impacto.
Volveremos a esta y a otras cuestiones en la segunda parte del artículo.
Traducción y adaptación del artículo original escrito por Steve Magness, entrenador en la Universidad de Houston (Estados Unidos).
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