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¿Sabes qué es lo peor que te puede pasar con tus zapatos nuevos?
Que te estén matando…¡ y ni siquiera sea culpa del zapato! Es el maldito dedo meñique.
Verás.
Te compras esos zapatos que te hacen sentir como si caminaras por una pasarela. Te miras al espejo. Te ves increíble. Un par de pasos y, de repente…BAM! ahí está: el meñique gritando como si lo hubieran aplastado con una piedra.
Seguro que te ha pasado..
Al principio lo ignoras, porque piensas que es sólo un roce.
Pero con cada paso, el pequeñín empieza a reclamar su lugar en este mundo, o más bien, en tu zapato.
Y de repente, te encuentras andando como si fueras Chiquito de la Calzada, moviendo los pies como si estuvieras pisando huevos.
El problema no es solo el meñique. Afecta a todos los dedos. Acaban montados unos encima de otros, en garras, y tus pies parecen un puzzle mal montado.
¿Te suenan “deedos en martillo" o "metatarsalgia"?
Pues todo eso viene por el poco espacio que tienen tus dedos en esos zapatos tan monos que te compraste.
Y tú piensas: “Bueno, no puedo hacer nada.”
¡Qué va!
La gente se vuelve muy creativa cuando el dolor aprieta y hay soluciones para todos los gustos.
Desde los que se pintan el meñique del mismo color que el zapato (¡a ver si así desaparece el maldito dedo!), hasta los que, no te exagero, se cortan el dedo.
¿Qué no? Hay gente que prefiere cirugía a cambiar de zapatos.
Luego está Mari Carmen, mi querida compañera. Ella, en lugar de cortarse el dedo, se lo mete a la fuerza en el zapato.
Claro, de vez en cuando el meñique se le escapa como si intentara salir corriendo.
Sí, como lo oyes.
En la última feria de mi pueblo, la pobre iba divina en su traje de flamenca y sus cuñas de esparto, pero un par de veces el meñique se le salió, como si se hubiera escapado de una cárcel de tela y esparto.
Oju, oju, oju…
Pero si crees que eso es un problema, déjame contarte lo de Julia.
Ella nos visitó esta semana porque no aguantaba el dolor de sus meñiques.
A primera vista, sus pies parecían estar bien, pero si te fijabas de cerca, podías ver cómo sus meñiques estaban retorcidos hacia adentro, como si hubieran decidido darse la vuelta ellos solitos.
Traía un separador entre el 4º y 5º dedo, y aunque me pareció curioso, sabía que por mucho que lo usara, si el zapato no le daba suficiente espacio, no le iba a solucionar nada.
Era como poner una tirita en una herida que necesita grapas.
Así que Rafa, que sabe lo que hace, le trajo unos Lems Shoes.
Julia se las puso, dió dos pasos y con una sonrisa que no le cabía en la cara, dice:
“Madre mía, no siento nada. Qué a gusto estoy, es como si el pie fuera libre".
Y ahí está la clave. No es solo una cuestión de comodidad. Es liberador.
Cuando le das a tus pies el espacio que necesitan, todo tu cuerpo lo nota. Y eso lo cambia todo.
Cucha, tus dedos están hechos para moverse.
Y los zapatos convencionales los aplastan, los destrozan.
Por eso luego tienes dolores que ni siquiera sabes de dónde vienen.
Y el problema es que, aunque no lo notes al principio, tarde o temprano, te pasa factura.
Por eso vino Julia.
Para llevarse unos zapatos que no le hicieran daño, que le dieran espacio.
Y por eso se llevó la segunda mejor zapatilla de transición de todos los tiempos:
No digas que no te lo dije.
Efectiviwonder.
La salud empieza en tus pies.
Antonio Caballo
Si no quieres acabar con los meñiques retorcidos y los pies hechos un desastre, da el paso. No sigas torturándote.
Pásate por la tienda. Tu meñique y tu cuerpo te lo agradecerán.
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